Ciencia y creencia – El factor cooperación en la evolución

English version

“¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?” 

–Chico Marx en “Sopa de ganso”

 

Me interesan las ideas. Mucho. Las examino, las desarrollo y las combino. También las pulo y las recorto. Idea es cada una de las frases de este artículo, que ha llegado a tener tres veces su longitud actual. Estoy convencido de que el método científico se basa en desarrollar ideas con libertad, honestidad y escepticismo. La falsabilidad de Karl Popper es entre otras cosas, una actitud.

Ahora les contaré un secreto: defiendo ideas, pero no las ataco en público. O si lo hago, será de la forma más discreta posible.

Un momento: si me gustan las ideas, es lógico defenderlas, argumentarlas y mejorarlas, pero ¿quién ha hablado de atacarlas? Ocurre que aún más que las ideas, me gusta la verdad, y ese es precisamente el objetivo de la ciencia: descubrir la verdad. O más bien, caminar hacia ella. Lamentablemente, se confunde una y otra vez el hecho de atacar y defender ideas, con el hecho de atacar y defender personas.

Dejémoslo claro de una vez. El buen científico no critica personas: critica ideas, y eso es bueno. Y cuando el buen científico ataca a las ideas mediante pruebas o razonamientos, de ninguna forma estará tratando de hacer callar las voces discordantes, sino todo lo contrario. La fortaleza de la ciencia se basa precisamente en la tensión entre ideas diferentes. Deben existir siempre esas voces diferentes, y como en la cita de Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo.

Sin embargo, una y otra vez se confunde el ataque a las ideas con el ataque a las personas. Las teorías no sólo se ponen a prueba en el laboratorio: también deben hacerlo en un contexto de divulgación. Y frecuentemente las personas son mucho más difíciles de “convencer” que los “hechos” materiales y los teoremas previos.

Otras veces ocurre lo contrario: si eres capaz de convencer a las personas, ya no hace falta convencer a los hechos.

Hay científicos que se obsesionan con una única teoría, y dedican años o incluso toda su vida a demostrarla y tratar convencer a los demás. No debería sorprendernos. Es perfectamente humano encariñarnos de unas ideas más que de otras, e incluso es útil para la ciencia, ya que cuando los científicos toman partido por una u otra idea, la defienden y la desarrollan apasionadamente, dedicándole toda su energía.

Sin embargo, no todos los científicos son así. Es más, en mi caso he comprobado que es posible desarrollar apasionadamente una teoría, y también la contraria, porque lo que realmente se está desarrollando apasionadamente es un tema de investigación.

En medio de un debate, cuando alguien me pregunta “¿Y tú qué crees?” o dice: “He leído tu artículo. En resumen entonces, ¿cuál es la teoría que tú defiendes?” tengo la sensación de que hablamos lenguajes diferentes, y que en realidad me están preguntando acerca de cuál es mi equipo de fútbol, cuando yo NO TENGO EQUIPO DE FÚTBOL.

Me explicaré. Por supuesto que creo ciertas cosas y, con creer, me refiero a que estoy muy seguro de ellas, algunas con más o menos probabilidad, pero todas con probabilidad muy alta.Foto pez

Creo que la evolución está produciendo incrementos de complejidad. No creo que haya una tetera de porcelana china orbitando alrededor de Marte. Creo que los mamíferos sienten con una intensidad igual a la de nosotros los humanos. Y creo que los peces también sienten dolor.

Para mí estas afirmaciones son tan obvias que me resulta algo excéntrico debatir sobre ellas.

Hay otras que en mi opinión están menos claras. Por ejemplo ¿debemos contener el gasto público o realizar inversiones para mejorar la situación económica? ¿Será el bitcoin la moneda del futuro? ¿Los moluscos son seres sintientes como nosotros? ¿Es más efectivo tratar de abolir la esclavitud que sufren los animales defendiendo la revolucionaria idea de que son personas, o en cambio debemos tratar de mejorar sus condiciones gradualmente?

Los enfrentamientos entre teorías de este tipo han sido notorios y creo que deberían sonrojarnos. He observado esta situación en Inteligencia Artificial, donde se debatía acaloradamente sobre los enfoques bottom-up y top-down para la creación de inteligencia. En lingüística acerca de la existencia o no de conocimiento innato, y en evolución acerca de la selección de grupos, o de la bondad o maldad intrínseca de los seres vivos y de la dirección de la evolución.

Este ha sido siempre uno de los temas más polémicos: ¿nos está llevando la naturaleza hacia una sociedad más cooperativa, o hacia una más despiadadamente competitiva?

Para unos, la selección natural ha fomentado el egoísmo y para otros, lo que provoca es el altruismo. Parece como si hubiera que tomar partido y no es así. En primer lugar, porque no se trata de elegir cuál de las dos opciones nos gusta más y tratar de convencer a los demás de ello. Esto me parece una actitud muy poco científica. Y en segundo lugar, porque existe una tercera opción.

La competición que se da en la naturaleza también se produce en el mundo de las ideas. Existe una fuerza conservadora, egoísta, que busca una convergencia rápida hacia una solución. La opuesta es la fuerza innovadora, altruista, que trata de explotar más a fondo el espacio de búsqueda. Ambas tendencias son útiles, deseables y contradictorias, por lo que se llega a un compromiso: la cooperación.

Es obvio que si defraudamos al prójimo, obtendremos un beneficio a corto plazo. Pero si alguien todavía duda del éxito de la cooperación, debe explicarme cómo ha sido posible construir una tostadora. Prácticamente todo lo que vemos a nuestro alrededor es obra de la cooperación humana.

La disyuntiva entre egoísmo y altruismo es similar a la que existe entre recoger beneficios y seguir apostando. Recoger beneficios está bien, pero no permite progresar más que hasta cierto punto. Si queremos más, debemos arriesgarnos a probar cosas nuevas.

¿Y quiénes están decididos a probar cosas nuevas? Aquellos a quienes el entorno les supone un reto. Los peces bien adaptados y exitosos no necesitaban ser anfibios ni mucho menos reptiles. Si un animal obtuvo ventajas fuera del agua es porque tenía problemas dentro de ella. Los adaptados son conservadores. Los que viven en un mundo incierto, en cambio, necesitan innovar para sobrevivir. La evolución por tanto es la línea del camino marcado por los inadaptados. El futuro viene de su mano.

Posted by Manu Herrán

Founder at Sentience Research. Associate at the Organisation for the Prevention of Intense Suffering (OPIS).

Leave a Reply

Your email address will not be published.